Como atestiguan las oraciones católicas mismas, la Iglesia nos enseña que debemos orar no solo directamente a Dios, sino también a aquellos que tienen el poder de interceder por nosotros. De hecho, rezamos a los ángeles para que nos ayuden y velen por nosotros; rogamos a los santos del cielo que pidan su intercesión y ayuda; rogamos a la Santísima Madre que le pida que le ruegue a su Hijo que escuche nuestras oraciones. Además, oramos no solo por nosotros mismos, sino también por las almas del purgatorio y por los hermanos en la tierra que lo necesitan. La oración nos une a Dios; al hacerlo, nos unimos a los demás miembros del Cuerpo Místico.